Lo sabemos, lo asumimos y lo aceptamos: vivimos en una sociedad centrada en la imagen, las apariencias, el qué dirán etc, etc. El protocolo inventado por "alguien" dicta que debemos proyectar una imagen de acuerdo con lo que otro alguien dice que es lo "mejor" y lo que está "bien". Y por supuesto un pilar omnipresente e inamovible es la moda y en consecuencia; las marcas. Nos obsesionamos con tener lo mejor y enseñar a todo el mundo que lo tenemos. Pero, ¿qué sucede cuando nuestro capital no nos permite llevar lo "mejor"? La necesidad de proyectar permanece firme, pero los miles de euros no, por lo tanto recurrimos a lo que todos los diseñadores y creadores denominan "el cáncer de la moda": las imitaciones y los clones.

Yo no pienso engañar a nadie, soy consumidora de clones, me encantría poder ir siempre calzando manolos o ropa de diseñador, pero no es posible por lo que voy de zara como casi todas las mortales y un par de veces al año ( si se puede) me hago con un par de zapatos que guardo como oro en paño, y la verdad es que doy gracias por al menos, poder permitírmelo.
Pero antes de nada me gustaría dejar claro la diferencia entre imitación y clon.
Un
clon es un modelo que normalmente lanzan las tiendas más masivas (grupo inditex, mango, marcas del corte inglés...) que se asemeja bastante a otro que ya existe de otra marca o diseñador. Pero SIEMPRE por muy parecido que sea, lleva la marca real de la tienda que lo vende, se vende como un zapato de Topshop, Massimo Dutti o Zara.
Esta fotito que le he tomado prestada a mi heroína del blog
adicta a los zapatos plasma muy bien el concepto del clon:
La
imitación, por otro lado, es una copia casi exacta que se fabrica y se vende como un original. Ideada y creada para pasar por una pieza real de la marca que se plagia. Por lo que en vez de "homenajear" como hace el clon, directamente arrasa y destruye.
Porque mientras un clon aún te deja con las ganas de comprarte el original, una imitación muy conseguida te sacia y si "cuela" encima te gratifica, por lo que los diseñadores se quedan sin venta, ni beneficios.
Este fenómeno ha vivido un espectacular ascenso en los últimos tiempos, y cada vez las imitaciones son más fieles, trabajadas y más difíciles de detectar a primera vista. También han ampliado su campo de venta, pasando de los mercados a las páginas web inmunes a la ley.
Empecemos con los ejemplos que ponen los pelos de punta:
En todos los ejemplos que pongo: derecha:
imitación, izquierda:
original ( precios aproximados al cambio dólares/euros)
El "coquito" de Chanel: 192 euros VS 1850 euros:
Birkin de Hermès: 299 euros VS 6.000 euros:
Louis Vuitton Monogram Canvas
Neverfull Small: 167euros VS 650 euros:
Lady Dior small: 253euros VS 2250 euros:
Hangisi de Manolo Blahnik 164 eurosVS 945 euros:
Pique Cire de Christian Louboutin: 141 eurosVS 699euros:
Tribute de Ysl: 187euros VS 795 euros
Algunas páginas además no se cortan ni un pelo en coger la imagen del artículo original y colgarla como si así fuera realmente la imitación...
Lo cierto es que este tema siempre crea controversia y diversidad de opiniones.
Muchas personas creen que los precios son prohibitivos y que como ellas quieren un Birkin o un Loewe, pues se lo compran al tipo que los tiene "iguales" en una manta.
Y es una creencia tan extendida como errónea. Porque lo que compran es una MENTIRA, un evidente deseo de parecer algo que no se es.
Yo tengo mi postura muy clara, jamás he comprado una imitación y no lo haré. Una cosa es que no sea millonaria y otra que voluntariamente me preste a formar parte del circo del aparentar. Un circo que además de parecerme patético perjudica gravemente la industria de la moda que tanto adoro. Porque lo diré mil veces, yo no consumo moda de lujo para pavonearme, lo hago porque aprecio la calidad, la exclusividad, el mimo, la dedicación y la pasión que creo que impregna todo este mundo.
Abierto queda el debate: ¿imitaciones sí o no?
Besitos que hacen ruidito al andar...